
La zona es muy abrupta y por esa razón siempre ha estado muy aislada y despoblada.
Superamos el paso más estrecho que no da ningún problema y ya escuchamos el ruido del agua delante nuestro. Estamos en una ventana que equipamos con un pasamanos de unos dos metros y que permite bajar al lago o acceder a la gran sala por donde viene el río que se precipita al lago a través de otra ventana de pequeñas dimensiones.
El lago tiene nueve metros de profundidad por algo menos de veinte metros cuadrados y toda la magia de un lago subterráneo, con el añadido del estruendo del agua al desplomarse sobre él. Pero solo una pequeña repisa para dos personas permite estar cerca del agua, solo bajo yo para fotografiarlo mientras mis compañeros pasan a la gran sala a la que accedemos bajando una resbaladiza rampa de arcilla donde extremamos las precauciones. Enseguida llegamos a otra preciosa cascada de unos dos metros de caída donde hay una cuerda fija que nos permite superar el resalte. Entramos en una galería meandriforme donde ya no podemos evitar mojarnos, seguimos el rio en un magnifico ambiente acuático. Unas veces andando cómodamente, otras en meandros más estrechos y también arrastrándonos por techos bajos. Pese a su poca profundidad hay sitios que nos obliga a gatear mojándonos enteros.


Las pequeñas cataratas hacen más divertida la exploración y así llegamos al sifón terminal. Otra galería seca asciende un poco a nuestra izquierda, pero en unos pocos metros enseguida se termina también. Los trescientos dieciséis metros de desarrollo de esta divertida cueva se nos hicieron muy cortos y la vuelta igual de disfrutona, también. Superamos el pasamanos de vuelta y nos metemos reptando en las estrechas rampas que bajamos y que nos hacen sudar ascendiéndolas. Solo que ahora vamos mojados y terminamos saliendo al exterior completamente rebozados en barro. Algo normal en esta bonita afición y nuestras visitas al mundo subterráneo.
PEDRO HERRERO
GARCIA.
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